miércoles, octubre 15, 2008

HAMBRE Y SED



Francisca Avaria

Escribo y escribo
Necesidad imperiosa que no me respeta
Es hambre y sed de escribir lo que tengo
Cansancios y energías
penas y tristezas
Todo cae rendido a los pies
de esta letro dependencia

A todo y al todo
al amor y al odio
A las alegrías
también a las penas

No puedo callarle al silencio
No puedo fallarle
al Edén de la palabra
A todo tengo que escribirle

El miedo a perderme
en la ceguera incomunicada
me obliga a elucubrar
que pasaría si mi boca
se secara de palabras

Entonces me consuelo
seguiría
sintiendo

Pueden romperse las palabras
puede enmudecer mi cerebro
Aún así
mi alma
seguiría escribiendo

martes, octubre 07, 2008

ELENA MONTANER EN PARÍS


Nadie más peligroso que Paris, dios griego, quien de todas las bellas de la Antigüedad prefirió a Venus Afrodita entregándole la manzana de oro. Menos confiable aún, si nos enteramos que en Esparta robó a la hermosa Elena, esposa de Melenao, y con ese rapto provocó la guerra de Troya. Paris lo hace otra vez. Ahora es la poeta Elena Montaner la que contempla a París, Ciudad Luz, arrobada y extática, en el tiempo más propicio para el arte de Polimnia, musa de la poesía lírica, con sus “pies hundidos entre hojas otoñales”

La poeta ve pasar ante sus ojos “los versos de Víctor Hugo” y en aquellos sitios donde “el tiempo inexorable tejió aromas de sangre” se dedica a escarbar y descubrir “la historia que permanece adherida en los muros de Francia”. Desde la torre de Eifel, en “oscilante mirada desde la altura / hacia las aguas oscuras de la historia”, es vigía de los tiempos y mira los siglos a través de su “cota de guerrera impávida” y rompe “las barreras del tiempo” en su “entramado de acero oscuro”

Se anima a ir más allá, cuando cruza la morada de los muertos y conversa con Marie Madelaine que “ha quedado sola en de profundis”. “Atisbando las miradas de tantos muertos / caídos en batallas interminables”, desfilan ante sus ojos los espíritus de María Antonieta, Carlo Magno, Napoleón, Víctor Hugo, Eifel, Juana Mártir…

Antes de París, la poeta era ciega pues no tenía las imágenes de luz que irradia la ciudad eterna. Ahora asegura “Mis cuencas vacías se llenaron de la Francia”; ahora es parte de esa multitud protagonista “atónita de tanta historia” pues han quedado sus manos “sobre huellas de otras manos”. La experiencia es inefable, cargada de emociones que sólo el Sena –agua primordial- “río de aguas sencillas”, puede explicar con sus voces “Cargadas de historias de sonidos de susurros”

DANILO SALINAS, EL POETA DE LAS TEATINAS.


“¿Dónde marchaste vida?” es la pregunta existencial y desgarradora de Salinas Alcayaga, poeta nostálgico de un pasado feliz, cuando el hombre disfrutaba la intimidad del hogar sin urgencias, en “la morada que vestía de gala/ en tiempos de luna”. Añora esas cumbres de la cultura helénica, aquél “reino místico del pensar”, ahora sepultado en el olvido y en lo profundo de los mares.

Tal vez su poesía sea una reconstrucción de ese reino perfecto. Él ha encontrado el hilo de oro que lo conduce a su reencuentro; descubre en las fragancias del bosque la esencia de ese pasado. Sólo en la vida silvestre haya su perdido reino; dos ciruelos le “narran la historia de un mundo que fue y no es”.

La vida es para Danilo, el poeta, “universo de grises y coloridos sueños”. En uno de sus textos, la caleta, otrora pujante planta ballenera, es “vientre esmeralda/ saca a relucir las escamas al sol”. Entre salvias, resinas, peumos, boldos, hierbas, retamos, espinos, manzanillas, plateros, mirlos, ruiseñores y zorzales; allí, en ese paraíso silvestre, está su santuario, su habitáculo poético, allí donde teme se irá “congelando la garganta de queltehues/ y se anuncia el suicidio de las palabras”

POESÍA DE DARÍO VALDEBENITO.

En el número 33 de La Mano el poeta Darío Valdebenito nos regala textos diversos en su contenido y tono. Los hay existenciales, de crítica social directa o velada, mágicos y otros cotidianos o de una gran ternura hacia la infancia.

En cuanto a la temática trascendente, destacamos ”La Gran Anfitriona” donde habla con desparpajo a la dama: “Muerte…/ he aprendido a conocerte un poco/…eres…/ llena de nostalgias oscuras y trágicas.” Pareciera que la aborda crítico, pero en verdad Darío respeta y admira la justicia y democracia de la Muerte. Si en la vida de esta sociedad sólo encontramos “un Paraíso convertido en jungla”, nos espera más allá una “gran Anfitriona”.

La vida en esta tierra suele ser muy falsa y traicionera; el dinero, la belleza y el poder son el oscuro “Triunvirato moderno” que gobierna nuestros tiempos, mas él nos anuncia: “Todo reinado tiene un principio y también un final”. La Poesía permite al hombre la espera paciente de la liberación final. Nos asegura en “Cuando los perros ya no me ladren”: “quisiera escribir aquello que no rima…/ para no llegar tarde/ a la cita con la muerte”

En “Ángeles Principiantes” intenta -¡y lo logra!- una explicación fantástica de la génesis de Valparaíso, este “puerto loco”. Dice que es un juego de ciertas criaturas celestes que lo quisieron construir “¡por eso que este Puerto no es uniforme ni ordenado!”, argumenta. Valparaíso es el “preámbulo inconcluso de un naufragio”. Llama la atención la presencia de los ángeles en el texto de Valdebenito. Algunos se han escapado de sus moradas cual sombra y transitan brevemente, como el vecinito Matías que guardaba un tesoro en sus manitas: “el último beso que su madre querida/ le entregó con cariño y con todo su amor.”

La vida transcurre “A medias todavía” y la tarea y determinación del escritor es “… buscar el día prometido en la tierra no prometida / y sigamos haciendo poesía” Quizás la solución sea volverse niño y jugar, jugar a ser infante “marchando por la calle / desfilando marcialmente en línea recta /sin importarles el ronquido de los grillos /y tampoco la angustia de los dioses”, jugar a ser poeta, que es tal vez jugar a ser un ángel principiante.

EL MÉTODO DE VICENTE SARDES

Los antiguos alquimistas buscaban un remedio que curaría todas las enfermedades del hombre. Al misterioso medicamento lo llamaron “panacea”. El poeta Vicente Sardes lo ha encontrado, y es una mezcla de mujer y poesía, de dolor y esperanza, de soledad compartida con soledad indiferente. Mientras el planeta “agónico se desparrama/… / en el vergel del cemento” él está convencido que vendrá “un futuro mejor”. “Con la metodología de la panacea” nos impulsa a amar la vida: “Despierto, silente / refriego, observo/ y me encandilo / estoy vivo”

La Mujer es ese “ser de magia infinita”, “la estructura / más bella que el holocausto / pudiera terminar”, una “Necesidad o bien común” para todo ser humano, sobre todo varón. Sus poemas son verdaderos orgasmos de palabras, como en “Desvarío”. El hombre necesita, ama y admira a aquella que, aún siendo niña “seductora inconsciente, / encantadora, que ignoras / castamente los efectos / de tus vivos encantos” es capaz de conmoverle intensamente con sus “Pezones que erectan todo mi ser” (“Niña mujer”)

Estos textos transcurren en Valparaíso, ciudad que define como una “Soledad compartida”. Dice que “la soledad es un cautiverio”, “la indiferencia absoluta / de tolerancia y comprensión”, cuando la vida “atormentada de espacios / limitados y desquebrajados” se vuelve una “Soledad indiferente”. Pero Sardes ha trascendido al dolor de la existencia, pues descubrió un elixir irresistible.

En estos versos encontramos la perfecta definición de su lenguaje: “descripción extrema / de acontecimientos y situaciones / orgánicas, abstractas, ineludibles / al son de la campana / y el ruido atormentador”