viernes, enero 09, 2009

ITINERANCIA DE LOS POETAS.

"La República" en el paseo Rubén Darío en la década de 1980
(Fotografía familia López Martínez)


Iván Tapia
Director Fundador del
Grupo Literario La Mano


El espíritu de la “Agrupación de Poetas Itinerantes” dice perfecta relación con el poeta que la inspira, el nicaragüense Rubén Darío. Alguien podría pensar que toma el nombre del bello paseo, aledaño a la costa de Valparaíso, y que por azar nacieron allí las reuniones literarias de los domingos estivales. Pero en la poesía, como en la vida, nada es casualidad. El mismo Darío fue un poeta itinerante e hizo su vida en puntos tan diversos como Chile, España, Argentina y Nicaragua, su patria.

Itinerante significa ambulante, en el sentido de uno que deambula o va de un lugar a otro, sin tener asiento fijo. El nombre dice mucho y todo sobre alguien y más aún si es una organización. ¿Ser “Itinerantes” es solo un nombre u obedece a algún principio filosófico o de vida?

Creemos que la itinerancia de estos escritores no obedece a una falta de estabilidad sino a una permanente “exploración”. Como el vagabundo es aquella persona que carece de un lugar permanente para residir y se ve obligada a vivir a la intemperie, estos poetas andan en búsqueda de un corazón o un alma donde pueda residir su poesía. Esperamos que el público y las autoridades permitan un lugar de residencia – lugar físico y espiritual- para los que dan todo por la palabra.

Tal vez nuestros “itinerantes” se asemejan más a los sadhu, vagabundos de la India, venerados y respetados por la población, como renunciantes de la vida mundana, y que deambulan por las ciudades o los bosques en busca de la liberación. Su itinerancia no está motivada por el dinero, el poder ni la fama sino por tres elementos que debo destacar:

1. Búsqueda de nuevos lenguajes.
2. Necesidad de anunciar o entregar a otros sus textos, florilegios, y canciones.
3. Afán de progresión y tránsito en el espacio, para habitar poéticamente la ciudad.

Los poetas itinerantes van de lugar en lugar, dando a conocer sus producciones literarias. La palabra poética debe ser escuchada y compartida al público, que a veces por desinterés u otras preocupaciones más concretas, no se acerca a la poesía. Entonces los poetas, decididamente irán a él para compartir con generosidad lo que la inspiración y la transpiración literaria ha forjado en sus mentes y trazado en el libro.

El poeta verdadero no es estático sino dinámico. La poesía, como la creación y todo lo que nos rodea, es movimiento. El ser humano en si mismo está en permanente cambio y dentro de él bulle la vida. Lo estático no existe, aún la estabilidad es un permanente movimiento por permanecer en equilibrio. No es la permanencia lo que da nacimiento a la poesía que leeremos hoy, sino la progresión y la trascendencia.

¿Qué poeta grande no ha sido viajero, itinerante, un misionero del verbo? Gabriela Mistral fue una trashumante: errante de su natal Montegrande, vagabunda en la memoria y los labios de cada niño del mundo, nómada de las letras. No existe un Pablo Neruda sedentario ni un Vicente Huidobro permanente. Quizás Fernando Pessoa, quien jamás salió de su patria, supo ausentarse de sí mismo y viajar, viajar, en sus múltiples heterónimos y de ese modo venció, acaso de un modo misterioso, la necesidad de itinerar.

Como el bíblico “id”, pareciera que un mandato superior impulsa a estos vates (palabra que se utiliza, curiosamente, tanto para poeta como para adivino) a trasladarse continuamente en el espacio físico y en de las ideas.

El traslado es propio de la Literatura, desde sus inicios. Ya lo encontramos en el mítico viaje de 20 años de Ulises, el héroe de La Odisea de Homero, un viaje de regreso a su Itaca natal, tierra de la cual era rey al momento de partir. Todos los poetas son Ulises en búsqueda de su patria de infancia, en peregrinaje a su Itaca ancestral, porque saben que en ese territorio son reyes absolutos del don principal que es la lengua.

Otro arquetipo de itinerancia son las andanzas del Quijote, el Caballero de la Triste Figura, en tierras manchegas junto a su fiel escudero. El viaje como motivo literario no es otra cosa que un reflejo del valiente peregrinaje de su autor por tierras moras.

Por nombrar un último antecedente, recordemos a los juglares, aquellos singulares y extravagantes artistas –mezcla de poetas, músicos y actores- de los días medievales. Eran aventureros sin aparente oficio, transmisores de cultura: difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gentes analfabetas e impregnadas de tradición oral.

¿Cuál será el itinerario de los actuales itinerantes? La palabra deriva del latín “itinerarius” de iter, itineris, camino, y significa algo perteneciente o relativo a vías o caminos. Más directamente es la descripción que se hace de un camino o vía de comunicación indicando los lugares por donde se ha de pasar. Un itinerante no tendrá más itinerario que aquél que su espíritu libre, quijotano y juglaresco, le dicte en el verso.

Los actuales itinerantes son de lengua y pensamientos diversos, no se puede clasificar su estilo, ni se les puede someter a juicio experto, sin riesgo de blasfemar. Como dice el Libro “Muchos son los llamados y pocos los escogidos”, para esta itinerancia, agregamos, y no seremos nosotros quienes evaluemos el destino literario de estos trabajadores del idioma.

Como dijimos al principio de estas líneas, el autor de Azul, quien desembarcó en Valparaíso en 1886, signó el perfil del poeta itinerante en su célebre obra “El Canto Errante”

El canto errante
Rubén Darío

El cantor va por todo el mundo
sonriente o meditabundo.
El cantor va sobre la tierra
en blanca paz o en roja guerra.
Sobre el lomo del elefante
por la enorme India alucinante.
En palanquín y en seda fina
por el corazón de la China;
en automóvil en Lutecia;
en negra góndola en Venecia;
sobre las pampas y los llanos
en los potros americanos;
por el río va en la canoa,
o se le ve sobre la proa
de un steamer sobre el vasto mar,
o en un vagón de sleeping-car.
El dromedario del desierto,
barco vivo, le lleva a un puerto.
Sobre el raudo trineo trepa
en la blancura de la estepa.
O en el silencio de cristal
que ama la aurora boreal.
El cantor va a pie por los prados,
entre las siembras y ganados.
Y entra en su Londres en el tren,
y en asno a su Jerusalén.
Con estafetas y con malas,
va el cantor por la humanidad.
El canto vuela, con sus alas:
Armonía y Eternidad.