lunes, abril 23, 2012

PRÉÑAME, MUJER



SUEÑO EN HIROSHIMA

El pequeño Mishiva
soñaba con un sol
resplandeciente
sobre el cielo
de su casa
Entonces,
estalló la bomba.


LA AURORA DE LA VIDA

Recorrió el desierto de Galilea,
Relumbró en la estéril arena
Santificada por la huella
Del Nazareno. Frutos
De eternidad maduraron
En beneficio de los hombres.

Sanó Jesús al leproso,
Primera llave que le cerraría
Las puertas de las ciudades.
¿Lo sabía el divino Maestro?
¿Por eso oró en la sabana
Galilea? Verdad o no,
El hijo de Dios no desvió
Su camino, continuó
Sembrando sanidad
Y la fortaleza del Evangelio.

Más tarde, el Cristo del Madero
Estremecería la tierra,
Cegaría al sol en tanto
Su espíritu regresaba
Al Reino de su magnífico Padre.
Abajo, en solitaria sepultura,
Nacía la nueva era humana,
Luz para el candelero eterno.


VOCES DEL TEMPLO

Verdor del campo y azul de los sueños
Encabritan los recuerdos anunciando
Paisajes olvidados en un rincón de la noche.
Cabalga el río sobre mis sienes despertando
Las alturas de la nostalgia de una vida
Placentera bajo el alero de su frente amplia,
Bebiendo el agridulce néctar de sus labios,
Recogiendo la ebriedad de sus palabras
Blancas resonando en la fuente del cerebro.

Esa región era mi refugio sacro y también de oscebia.
Las voces del templo llamaban a la oración
Vespertina cual cencerro de las pastorías
De la vieja comarca donde el amor era semilla
De seres nunca habitados en la tierra.
Mano de nieblas inquietas guiaban el paso
De la muchedumbre, perdida en las quebradas
De la lujuria y el desvarío violento de las vestales.
Así, los altares gemían las ausencias desviadas.

Anochece sobre mi piel y cánsanse los ojos
De vigilias milenarias. Se atenúa el pensamiento
Y el paso reclama reposo. Mas el recuerdo es
Azufre y agua y nada lo apacigua en mi mente.
Recostado sobre ingrávidas y tibias mantas,
Miro el pasado y el futuro se duerme en la campiña.
Cual músico que al terminar su canto apoya
En el suelo la cantarina guitarra, así mi corazón
Detiene su rítmico camino y ahora ya descansa.
  


PREÑAME, MUJER

Preña, mujer, mi corazón con tan solo
una mirada de tus ojos de fuego,
para que yo sueñe el húmedo beso
que nunca me dará tu boca.
Dame el hijo que ha de llorar en mis entrañas
y que amamantaré con este loco amor que te
                                                      tengo.

Lo alimentaré con brevas, manzanas
y membrillos del huerto que añoro,
Edén para este hombre solo.
Lágrimas serán su dulce leche que no ha de
                                                       libar 
de los pechos que jamás serán suyos ni míos.

Préñame, préñame, ya, imposible mío;
abro mi cuerpo para recibir al hijo que pasearé
por parques, calles y ríos. Irá de mi mano
                                                      prendido
como soldado por la fragua de Vulcano,  
                                                en el Olimpo.                                              
Sólo yo lo veré, porque será siempre un
                                                     sueño                                                    
sólo yo escucharé su voz de niño preguntando
por la madre que lo regaló a mi destino.
Entonces rasgaré mi pecho, le abriré
mi corazón y verá tu rostro, te besará los ojos
y juntos gritaremos tu nombre, cuatro letras,
cuatro letras, como Amor y el vino.

Préñame, ya cariño, que cuando yo muera,
este amor, dulce tortura que por ti siento,
lo ha de continuar, eterno,
         nuestro soñado hijo.



DE TESEO Y MINOTAURO

Si en algún momento la luz de su mirada
me rescató de la siniestra curva trazada por el hierro,
ahora, rechazado en los umbrales de su casa y de su 
                                                                   huerto,
precipitado retorno al espiral del sangriento Minotauro.
Yo, transformado en varonil Teseo, lo enfrento
con el coraje otorgado por el elixir de sus recuerdos.
Lucho con denodada fuerza y al ocaso logro el Toro 
                                                                  vencerlo.

Mas la victoria es apenas un nuevo comienzo.
Mi espada yace solitaria en el ensangrentado suelo,
y con pavor compruebo que soy también el Toro 
                                                                yerto.
Movidos quizás por qué sortilegio, Teseo y Minotauro
renacemos para renovar la lucha que vuelve a estremecer los solares de los muertos.

Por siglos se derrama la sangre de los contendientes,
sangre líquida y coágulo repetido en el ruedo
                                                        de mi infierno.
Así, la simetría del duelo. Afuera brillan dos soles
preñando las rosas del firmamento;
adentro, apenas la argentina chispa del acero buscando, fiera, suave vaina en mi pecho.

Desgarrando el cuello del Toro cerceno mi garganta,
una y otra vez, así, por la eternidad de los días,
muriendo y renaciendo. En cada nacimiento, gozo
la alegría de re-ser guerrero. Mas, efímero el contento;
la infausta metamorfosis repite el odio en el toro
                                                         y en el hombre. 
                                                         
El regalo de la luz cae y pasa a ser mazmorra
de mi eterno infierno, donde ya no penetra
la claridad de mis dos perdidos luceros.
Retornamos a lid, y en esta eterna brega me asesino con mi propia
espada, pero nunca muero.