De impresionante majestuosidad,
gigantesca y de frialdad glacial,
es la deslumbrante extensión
de la pared de hielo, casi vertical.
A cinco mil cuatrocientos metros de altitud
elevados en la cara nor-occidental
sobre el coloso de roca y nieve eterna
llamado Nevado Juncal.
Calzamos sobresuelas metálicas con puntas
para desplazarnos por el terreno frío.
Por la hermosura sentimos admiración profunda
de la pared que nos plantea gran desafío:
Superficie de mar tormentoso un instante detenido;
trescientos metros de desnivel;
olas verdes, celestes, de plomizo colorido;
cascada de hielo brillando bajo el astro rey.
Los rostros oscurecidos por el sol,
como las parcas de vivos colores,
contrastan con el blanco labial protector
y el albo paisaje de los alrededores.
Soportamos un torrente de sol y luz
mientras nos elevamos por la ruta irregular
El aire limpio y la altitud
permiten extensa visión semicircular.
Sobre el horizonte, cual morado escobillón,
elevaciones gigantescas espolvoreadas de blanco,
ascendidas como entrenamiento para esta expedición:
el monte Aguja y el Gloria, entre tantos.
Detenidos sobre el nacimiento
del gran ventisquero del Juncal,
infinidad de veces visto desde lejos,
mas ahora en elevada visión, casi sobrenatural.
Luego de seis horas de escalar
sobre el pulido hielo
de aquella gigantesca lengua glaciar
llegamos a un portezuelo.
Hemos sorteado grietas y escalado muros
toda clase de sinuosidades con nuestros crampones
y en las pasadas difíciles de los hielos duros,
con el piolet, hemos tallado escalones.
Quedamos extasiados al ver a nuestra misma altura
el Alto de los Leones y su blanca techumbre,
un premio espiritual que nos estimula
para seguir hacia la distante cumbre.
Angel Bermejo Lluellas
Julio de 2006