MEMORIAS DE UN DESCONOCIDO
II PARTE
HERNÁN CARRASCO GÓMEZ
2007
D
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urante mi permanencia en la ciudad de Talca, allá por los años sesenta, me
vi enfrentado a varios problemas, relacionados con la representatividad de la
empresa constructora donde trabajaba, la mayoría relacionados con la
indispensable armonía que siempre debe reinar con los trabajadores, quienes, al
comienzo de las actividades, deseaban boicotear las faenas, como por tiempo
había sido su costumbre en Talca, en la mayoría de los casos con “éxito” de
quiebra, para la constructora.
Sin embargo, en latas reuniones con los dirigentes sindicales de la
Provincia –todos en “lista negra” de las empresas- fui convenciéndolos de que
podían confiar en mi palabra para concertar acuerdos que, a las partes
beneficiarían. Además, ofrecí que si por algún motivo fuera desautorizado por
la empresa, renunciaba. Así gané su confianza y logré dirigir con éxito, faenas
que exigían sobredimensionar el personal de ejecución, para revertir la
delicada situación de atraso de las faenas, en cuyo estado me fueron
entregadas.
Mis buenas relaciones con el Sindicato, permitieron algunas licencias como
reuniones ampliadas a todos los trabajadores para informarles de sus avances
negociadores. Por mi parte, también les formulaba algunas peticiones que
terminaban emparejando la balanza. Como quien afirma: favor, con favor se paga.
Por esos días, dentro del quehacer mundial, el tema recurrente eran las
amenazas que recibía la hermana República de Cuba, en el sentido de tener que
enfrentarse a la invasión de su
territorio, si Fidel Castro no retiraba los cohetes atómicos proporcionados por
Rusia y que los Estados Unidos había
detectado, por intermedio de satélites rastreadores, recientemente puestos en
órbita. Los mencionados cohetes, constituían poderoso detonante, a punto de
activar una tercera guerra mundial. Nosotros, alejados de ese escenario, poco o
nada teníamos que hacer, salvo conocer de las opiniones emitidas por autoridades
en medios de comunicación. No obstante, los trabajadores organizados, con todo
derecho, participan en ese tipo de disputas y, esa no fue la excepción. Las
murallas de todas las ciudades del país, daban testimonio de ello.
Un día cualquiera, recibí la solicitud del presidente del Sindicato,
trabajador de la obra en esos momentos, para reunir a sus compañeros en la
plazoleta de entrada. Le manifesté no había problema, si la hacían fuera de las
horas de trabajo. Ante esa respuesta, se explayaron, manifestando el deseo de
que todos asistieran porque venía un dirigente de Santiago a concientizar a la
gente acerca de los problemas que afectaban a Cuba. Así, los motivos de tal
petición, se explicaron por sí solos.
Algo les pedí yo a cambio, autorizando la reunión de unos setecientos
trabajadores, a la hora de entrada, después de almuerzo, “media hora”, fue la
mutua aceptación.
Acompañado de otros románticos partidarios del proceso cubano, nos sumamos
a la convocatoria, apostados en la última fila. Tomó la palabra el presidente
talquino para presentar al dirigente nacional, el que no desperdició segundo
para desplegar su temario, recargado de conflictos para otros trabajadores, de
otras partes, y sus empleadores.
Con asombro, yo veía que el plazo de la media hora se extinguía y el tema
cubano no aparecía… ¡Ni apareció! El sonoro chuzo-campana, golpeado con un
fierro, anunció que la media hora había concluido. Los jefes de terreno
conminaron al reinicio de labores, por lo que, muy luego, el disertador quedó
sin auditorio. Antes de retirarse, el dirigente de obra, me presentó al orador
señor Celso Poblete. Inmediatamente, les hice notar mi molestia por el engaño,
alegando él, falta de tiempo, que lo iba a hacer. Le manifesté, en forma
directa: Mientras yo esté aquí, usted nunca más ingresará a la obra!... ¡Hasta
nunca, señor Poblete!
Prontamente, todo el altercado se supo, tanto en la obra como en la oficina
central de la empresa en Santiago. Yo le agregaba que el engaño había sido de
tal magnitud, que ni siquiera se había mencionado el “agua de cuba”, antiguo
producto para lavar ropa, me parece.
El tiempo siguió su marcha acelerada y las obras también, pronto a
terminarse, con el plazo corregido y, además, segura obtención de “premio” por
adelantado en la entrega. Así de buenas se mantuvieron las relaciones con los
trabajadores, mención especial a los santiaguinos que, en gran cantidad me
acompañaron sin desmayo. A su vez, muy preocupados me llamaban desde Santiago
para avisarme que, de improviso había sido nombrado Consejero de CORVI
–mandante nuestro- en representación del Presidente de la República Don Jorge
Alessandri Rodríguez, “un amigo tuyo” me decían, quien había expresado sus
deseos de visitar los trabajos de Talca, como primera actividad de consejero… además,
pidió debía recibirlo yo…
Desde joven, en mis variadas actividades de dirigente estudiantil,
organizador de lo que fuese necesario, dirigente profesional y jefe de
actividades laborales, me formé en un correcto proceder, sin “tejado de
vidrio”, lo que siempre me ha permitido luchar con fuerza, la fuerza de la
verdad y la ética. Fue así como en esta oportunidad –bastante joven- me vi
enfrentado a una difícil situación para salvaguardar intereses de la empresa y
mi honor. La empresa acusaba ciertos temores de una posible mala calificación,
si el señor consejero informaba subjetivamente; además, temiendo yo lo hiciera
víctima de algún desaire, consecuente con lo prometido.
Sucede que, en esa empresa, trabajaba un hábil relacionador público, Dn.
Juan Messina, quien se encargó de la difícil misión, consistente nada menos en
que el señor consejero me diera explicaciones, que era lo que yo pedía,
olvidando entonces yo la “sentencia” de no recibirlo.
Después de largas tentativas, por separado, ellos en Santiago y yo en
Talca, se armonizaron las dificultades de las partes para dar salida honrosa a
las dos posiciones. Nos reunimos en un Hotel de la plaza principal y allí,
degustando exquisito coctail, limamos las asperezas, antes de ingresar a la
obra la que, correspondía, encontrara aceptable desde cualquier punto de vista,
asunto que debería reflejarse en su informe a la entidad.
Con el tiempo entendí que, en ese entonces, el dirigente sindical se
hallaba en campaña, en procura de engrosar su currículo para alcanzar la meta
de consejero que se había propuesto. Además, qué Cuba podría interesarle tanto
al señor Poblete, si representaría a uno de sus enconados detractores, el
Presidente de la República, señor Jorge Alessandri Rodríguez. Verdaderamente,
se trató de un subterfugio, fallido porque asistí al acto, en toda su
extensión.
Esta anécdota, hoy la recuerdo como una sabrosa anécdota laboral más y con
final feliz, pero, debo reconocer que, en esos años, nos causó enorme
preocupación. Son lecciones que el curso de la vida nos va entregando
gradualmente, para un mejor accionar en el futuro, siempre por la senda
correcta, nunca traicionando los principios básicos.
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