lunes, octubre 09, 2006

III LUGAR CATEGORÍA CUENTO


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO




LA MAMÁ ERA MUY CARIÑOSA

Sergio Ramón Salgado Moya



La mamá era muy cariñosa con nosotros, mis cinco hermanos y yo. Conseguía nuestros alimentos y, de pequeños, nos había entregado su leche. Escogió un lugar muy acogedor para vivir. Era una casa de madera, muy grande, con un sótano y dos pisos superiores. Con ella, cuando ya éramos mayores, solíamos recorrerla en busca de comida.

El único problema era el humano, esa poderosa especie que no nos admitía en sus dominios. Cuando nos descuidábamos, quedaba en peligro nuestra vida. Teníamos que andar agazapados entre los tabiques para evitar que nos vieran. Con la mamá, hacíamos perforaciones en las tablas a fin de observar el lugar. La noche era la mas apropiada para salir a recorrer porque el enemigo dormía.

En cierta ocasión, por descuido, pasé por encima de la cabeza de alguien en su cama. Fue uno de los mayores sustos de mi vida porque el hombre despertó e intentó atraparme, pero pude escabullirme velozmente. La mamá me reprendió, y me advirtió que, seguramente, a la próxima, no lograría escaparme. Yo actué de esa manera por seguir el ejemplo de un hermano de la mamá que en varias oportunidades escapó equilibrándose sobre los cables para tender ropa que había en la cocina.

Hubo un tiempo en que todo era más fácil. La casa estaba al cuidado de un vigilante despreocupado de sus alimentos y desperdicios. Era sólo cuestión de ingresar cuando él no estaba en el lugar, y uno encontraba de todo para comer, ya sea encima de la mesa, en el suelo o dentro del basurero. Nos contaba la mamá que, por esos días, todo estaba siempre lleno de comensales, ya fueran familiares nuestros o de otras familias. Pero, la casa fue vendida a otro dueño que tenía sus reglamentos especiales para alejar nuestra presencia. Instaló a una persona de su entera confianza con instrucciones precisas acerca del manejo de los alimentos y de la basura. Esta debía quedar en un tarro cubierto, o si no, colgada fuera de la casa, lo más alto posible para luego verterla en un basural, dentro de la parcela, a fin de utilizarla después para abonar la tierra, lo que considerábamos favorable a nuestros intereses porque a altas horas de la noche podíamos registrar, con precaución, para no ser presa de la docena de gatos que hizo traer el nuevo dueño. Cada noche, estimulados por el hambre, morían entre diez y veinte de los nuestros en las fauces de esos guardianes implacables.

Todo permanecía en extremo aseado: la mesa, el piso, los muros. Ni la vajilla, ni el cubierto podían quedar sin lavar después de usados, a menos que estuvieran sumergidos en agua, no más de un tiempo prudente.

A partir de esa época, todo se hizo más difícil. De que pasábamos hambre, así era, y mucha. La mamá se esforzaba en extremo para obtener comida. En cierta ocasión, subió a un mueble donde el hombre mantenía el pan. Estaba herméticamente cerrado, y ella pudo abrirlo horadando la puerta con los dientes. Comió ella y consiguió para nosotros. Nunca debió hacerlo. El vigilante puso veneno en el sector y dos de mis hermanos murieron, pese a la advertencia de la mamá.

En esos días vivíamos bajo ese mueble sin patas y, prácticamente, a ras del suelo. Por la noche, recogíamos unos papeles que él acumulaba para encender la cocina a leña. Contenían restos de aceite o grasa que nos servían para matar el hambre.

Cuando comprobó que vivíamos allí y que le robábamos esos papeles, el hombre recurrió a una trampa para ratas al ver que el veneno no surtía su efecto. Ese fue el principio del fin de la mamá. Aquel día, luego de almorzar, él instaló el artefacto, provisto de una carga de pan, y se fue a tender para dormir la siesta. Ella no resistió la tentación y cayó herida de muerte. Al oír el ruido, el vigilante acudió presto y la encontró sangrante, pero todavía con vida. Con una escoba la empujó hacia el cuarto donde comían los gatos. Al ver ella que allí terminaba todo, intentó volver a nuestra guarida; pero el vigilante, la lanzó de una patada a las garras de los depredadores, y cerró la puerta. Nunca más la volvimos a ver.

Aquello, para nosotros, fue terrible. Los cuatro que quedábamos, permanecimos unos días más allí. Ese alimento no era suficiente para mantenernos con vida y menos a conseguir el completo desarrollo de nuestros cuerpos, lo que nos obligó a emigrar. Dos de mis hermanos, en el extremo de su hambre, consumieron las bolsas de veneno con la esperanza que no provocara en ellos el letal efecto. Eso no ocurrió, por supuesto. Mi hermano y yo, optamos por escaparnos a través de un cable eléctrico conectado afuera a un motor que impulsaba el agua hacia la casa. Yo había visto a la mamá hacer eso cuando salía a buscar algún bocado, y tuvimos éxito. Iniciamos así otra vida en medio de un espeso conjunto de zarzamora cercano al basural. Aquí hemos criado nuestra propia familia, todo con la mayor cautela para no caer en las garras de algún gato que se nos cruce en el camino. Es decir, estamos vivos para contar el cuento.


Sergio Ramón Salgado Moya, pensionado, vive en Avenida Playa Ancha 881 b, Departamento 14, Playa Ancha, Valparaíso, Chile; teléfono 2491657.

II LUGAR CATEGORÍA CUENTO


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO


EL NEGRO


Hernán Carrasco Gómez


Hace más de diez años desde que "el Negro" se arranchara en los terrenos de aquel señor que un día le habló, le palmoteó el pescuezo y dio de comer un par de panes. Se fue quedando dentro de la propiedad, generalmente durante el día, entregado a la vista de los pasantes un símbolo de seguridad y respeto por su imponente figura, que algo tenía de "policial". Como buen perro callejero, siempre tuvo libertad de movimientos y, los propietarios del condominio, entendiendo que les era útil, la mayoría aportaba a su alimentación diaria, devorando ansioso los variados menús sobrantes. Generalmente se instalaba a la entrada en estratégico lugar, dominando los movimientos de los moradores a quienes rápidamente comenzó a ubicar astutamente de acuerdo a sus atenciones para con él, todo muy parecido a muchos de nosotros los humanos racionales, como nos hemos autodenominado. Si algún transeúnte pasaba lento en su caminar o se detenía más de lo necesario hacía notar su presencia con fuerte ladrido intimidatorio, eso bastaba, mucho más eficaz que un portero parlanchín a quienes, generalmente, se les escapan valiosas informaciones sobre los moradores. Su permanencia nocturna en el lugar, siempre fue una incógnita, a pesar de que algunos decían verlo a todas horas de la noche, siempre echado, como fue su costumbre; otros comentaban verlo llegar temprano, desde diferentes direcciones, vaya a saber uno si él llevaba el control de quienes faltaban por llegar y luego se retiraba a sus "andanzas", satisfecho del deber cumplido, sin más contrato que la seguridad de su necesaria alimentación.

Los vecinos le construyeron una vivienda bien presentada, la que sólo ocupaba para los días de lluvias o mucho frío, prefiriendo pertenecer a los "sin casa", pobre pero libre de ataduras o compromisos que lo limitaran en su permanente búsqueda de nuevos horizontes y más allá de ello también.

"El Negro" no fue "camorrero", ni asiduo a integrar comparsa tras fratricida lucha por un cupo de procreador, ordenado por la sabia naturaleza animal. Al respecto, más de una vez lo vi disfrutar a solas con su pareja, sin competidor alguno, de una conquista con resultado matrimonial, dentro del amplio terreno que conformaban sus dominios, al que pocos se aventuraban a merodear. Con su mirada torva fue de pocos amigos y nunca supo de caricias de amo, ni recoger piedras u objetos lanzados al aire, retraído hasta aparecer indiferente a los momentos de sociabilidad con los humanos.

Los rudos años hicieron mella en su estructura ósea, mostrando cada día mayor dificultad para ponerse en movimiento. Imposible para él realizar las clásicas elongaciones reactivadoras de la musculatura, así lo percibíamos los vecinos, alentándolo a moverse, a recorrer sus amplios dominios, cada vez más vulnerables por sus congéneres. Sólo se entusiasmaba de manera eficaz si percibía que la persona saliente del condominio tomaba dirección a la Panadería del sector, lo que para él significaba, en la mayoría de los casos, un bocado extra, la mayor delicia de sus alimentos.

Para "el Negro" los días corrían muy de prisa y sin brillo alguno, permaneciendo días enteros echado cerca de la puerta de entrada en lugares húmedos, siempre amodorrado, como que resignado al término de su vida útil, cada vez menos entusiasmado, incluso para comer, pues se había convertido en regodeón y parsimonioso.

Una noche, casi a la medianoche, fuimos sorprendidos por fuertes gritos humanos, verdaderos alaridos, provenientes desde la reja de entrada al condominio. Sólo dos vecinos acudimos a cerciorarnos de tan inusual acontecimiento. El morador afectado contó que, al momento de abrir la puerta de la reja, un sujeto que transitaba en sentido contrario se acercó a él de mala forma, con evidentes muestras de querer atacarlo, aprovechándose de sus atareadas manipulaciones a la chapa por falta de iluminación. De pronto, con las intimidaciones del malhechor y bruscos movimientos del afectado tratando de defenderse, despertaron al "Negro" quien dormía en el exterior, junto al receptor de basura. Todo confuso y comprometido con el vecino atacado cuando, milagrosamente, siente los gritos del asaltante al ser mordido fieramente en un tobillo, negándose a soltarlo, derrumbando al ladrón, quien se retuerce de dolor. Rápidamente llamamos la Patrulla del Cuadrante y, en tres largos minutos llegan al lugar, logrando con esfuerzo separar al "Negro" de su presa. Ahí constataron que, en su postrer esfuerzo, había muerto con sus dientes muy apretados, quizás en la única acción de su vida en que debió aplicar racionalmente la violencia, contra la irracional violencia humana. Podríamos decir que este noble animal murió en acto de servicio, cumpliendo con el deber que sólo él se había impuesto. Así de nobles son la mayoría, cuando el hombre les permite vivir con buen tratamiento...


Hernán Carrasco Gómez, Constructor Civil (UTE), vive en Avenida Segunda N°0351, Quilpué, Chile y su teléfono es 2722446.

I LUGAR CATEGORÍA CUENTO


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO



TE RECUERDO

Isabel E. Alvarado Salinas

No era muy difícil contar sus costillas y algunos pelos que le quedaban en su esquelético cuerpo y no podía ser de otra manera si eran varios días que no comía, ni siquiera un pedazo de pan duro. Con sus ojitos de mirada triste pero a la vez atentos a cualquier cosa que fuera a significar algo de comer camina y camina de un lado a otro sin rumbo fijo a la espera del tan ansiado alimento, su estómago vacío le van quitando las fuerzas pero mientras camina toma fuerzas porque tiene una gran responsabilidad; sus hermanitos le esperan. ¡Cómo estarán! Deben tener tanta hambre y frío como yo... y le viene a su memoria el triste recuerdo de su madre, sus ojitos se llenan de lágrimas al recordar esos momentos de unión y de alegría, cuando compartían los juegos y mamá buscaba alimento que devorábamos rápidamente. Pero un día ella no regresó, y se hizo la noche, nos juntamos, tiritábamos de miedo. ¡Mamita, dónde estás! Decían mis hermanitos. Al amanecer salgo en su busca, miraba porque la presentía muy cerca, hasta que diviso a lo lejos, me acerco corriendo y angustiado le pregunto: mamita... ¡te quedaste dormida! ¡mamita... esto no está bien!... su cuerpecito delgado, helado, inmóvil, me dicen que ya no estará más con nosotros. Después de unos días supe que un automóvil la embistió mientras iba atravesando la calle, muriendo en forma instantánea.

¡Toma... toma! ¡oh! ¡gracias! Pobrecito...! mira como está mientras comía escuchaba a la buena señora hablar con gran tristeza de mí. Sacié gran parte de mi hambre, una vez comido muy tímidamente sin que se notara mi presencia me enrollé bien enrollado en un rinconcito me acuesto y me quedé dormido. ¡Hey psss!... toma, me despierto y de un salto me paro y devoro todo rápidamente el rico guiso. Me saboreo, me estiro bien con mi guatita llena pienso en el día hermoso que se presentaba con un lindo sol, bostezo y de pronto me paralizo ¡Oh! ¡Dios! ¡mis hermanos! y sin pensarlo dos veces corro tanto como pueda de rápido, afortunadamente tengo bien desarrollado mi olfato así que no me será tan difícil encontrarlos. Madre siempre me decía que mi papá era de clase alta con estilo. Mi papá era don Doberman, un guardián muy respetado, pero sus dueños nunca aceptaron que yo era su hijo simplemente porque mi madre era de otra clase. Encontré a sólo dos de mis hermanitos, averigüé que algunas personas de buen corazón los estaban cuidando.
No me costó llegar a la casa de la buena señora para quedarnos ahí... Cuando la vi la saludé con mi cola con gran alegría al vernos exclamó... ¡pero y ahora son tres! Hubo un tremendo alboroto porque sus vecinos nos querían echar, pero ella nos defendió hasta que tomó la decisión de llevarnos al médico. Una vez que nos mejoramos de todos los males que teníamos construyeron una casa grande y linda para los tres. Ahora mientras medio duermo miro a mis hermanos y los veo tranquilos, gorditos y doy gracias a mi mamita que está en el cielo porque ya no andamos más en la calle buscando comida, porque ahora tenemos un lindo hogar.
Este cuento está dedicado a todos los animales que son abandonados y maltratados.

Isabel E. Alvarado Salinas pertenece a la Corporación Flora y Fauna Oyiñleo y su domicilio es Block 14, Departamento 21, III Sector, Playa Ancha, Valparaíso, Chile; teléfono 2346338.

sábado, octubre 07, 2006

MENCIÓN HONROSA CATEGORÍA POESÍA


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO

EN LA BELLEZA ESCENICA DEL BOSQUE



Luis Bustamante Guarachi


¿Qué te valió llevar al cautiverio
a ese pajarillo que volaba libremente
en la belleza escénica del bosque,
trinando notas que te llevaban
a una quimérica secuencia
de sueños encantados?

¡Dictaba tu vanidad,
tus manos obedecían!
y el ave de plumaje celestial
tan liviano como el aire,
que ondulaba murmullos en el viento,
y vagaba sobre arroyos y montañas
ahora tiembla triste y solitario
encerrado en una celda

Hasta ayer, el único tesoro de su vida
era llevar a tu alma
un himno de alegría
¿De que le sirve hoy la riqueza
de su alcázar,
si el hábitat en que cantaba
a la intemperie
entre plantas, parques,
lagos, ríos y torrentes
están lejos y ya no le sonríen?

Tal vez, en el futuro, en un panteón
que el tiempo olvidará
se han de mezclar
el corazón del ave que cantaba,
con el tuyo que una tarde
le cortó su libertad.


Luis Bustamante Guarachi nació en Lautaro, Región de la Araucanía, Chile, pertenece al Centro de Arte y Cultura Alternativa de Villa Alemana, ha publicado "Quiero escuchar la risa de tu alma" y "Jirones de parche verde".

jueves, octubre 05, 2006

TERCER LUGAR COMPARTIDO CATEGORÍA POESÍA





VI CONCURSO LITERARIO LA MANO


SENTIMIENTO ANIMAL


Ángel Bermejo Lluellas

Tres jóvenes pueblerinos
Un domingo de sol radiante
A un escarpado monte fueron
Por entre rocas y matorrales.

Trepando serpenteante sendero
Observaron el horizonte
Lejanas montañas y valles
Parcelas y casas al pie del monte.

Escucharon extraño sonido
Bajo los acantilados
Detrás del álamo seco
Un plomizo rapaz alado.

Reptaba a ras del suelo
Caído de un alto nido
Cogieron al abandonado
Entre picotazos y gutural chillido.

Lo llevaron al pueblo
Con expeditos cuidados
Y durante largo tiempo
Cuidáronle esmerados.

Alimentada con carne
Creció la indefensa ave
Logrando después de meses
Ser adulto de pluma suave.

Los jóvenes comprensivos
Le devolvieron al cerro
Para que volara libre
Y encontrara su ancestro.

Lanzáronle sobre el abismo
Y el cóndor con especial estilo
Inició majestuoso vuelo
Admirando a los pueblerinos.

Mas luego se sorprendieron
Cuando el ave efectuó un giro
Volviendo hacia sus libertadores
Que lo cogieron en vilo.

Volviéronlo a lanzar
Repetidas veces hacia el cielo
Pero el porfiado rapaz
Insistió en su empeño.

Llegaron de regreso al pueblo
Con su pesada carga
Tiempo después subieron
Por el mismísimo cerro.

Pasaron sobre el despeñadero
Cuatro cóndores en bandada
En ese momento se les unió
El congénere camarada.

Vivió en forma integral
El llamado de la Naturaleza
Llegando a ser como el que más
Adulto macho con destreza.

Ha pasado cierto tiempo
Y nuestra ave con alas desplegadas
Escudriña valles y cerros
Planea en las hondonadas.

Llamó la atención al rapazuelo
Ver al grupo de mineros trabajando
Sobre explanada de un pique
Cuyo material extraído iban faenando.

Recordando quienes le criaron
Bajó solitario a la mina
Avanzó amistoso hacia los pirquineros
Que sorprendidos admiraron sus plumas finas.

Confiado se detuvo junto a los varones
Algunos se apartaron con recelo
Más, barreta en mano, un despiadado
Por detrás le propinó golpe certero.

Rodearon al ave muerta los hombres
Quitáronle las plumas con fuerte forcejeo
Riendo a todos la exhibían
Como el más valioso trofeo.

Sólo a un animal tan pensante
Puede ocurrir tamaña proeza
Que cuando joven salve al vigilante
Y en la adultez pierda toda nobleza.


Ángel Bermejo Lluellas nació en 1935, es pensionado. Su dirección es Copérnico 230, Cerro Barón, Valparaíso, Chile. Su teléfono es 2494458.

TERCER LUGAR COMPARTIDO CATEGORÍA POESÍA


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO 2006


RAÍZ


Marina Tapia Pérez







Compran toros turistas
para casas triviales
impresos en postales
modelados con barro.
Desbravíos eslavos
paseando su vacío
su silencio altanero
estatus de hombre manso
bien provisto de visas.

Trofeo del retorno
de la nueva conquista.
Virilidad avalada por sangre sobre el lomo
del animal atado a absurdas tradiciones.

Liberaría toros al alba de su viaje
descifraría el bramido doliente de su sangre.

Irrumpan mil manadas
en la noche del hombre.
Remezcan
la raíz
de sus motivos.




Marina Tapia Pérez tiene 31 años, es artista plástica y poeta. Su dirección es San Raimundo 75a., N° 28039, Madrid, España. Su telefono es 678027726. Su correo electrónico es tapìaperez2000@yahoo.es

SEGUNDO LUGAR CATEGORÍA POESÍA


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO 2006



A LOS PERROS DE LAS PLAYAS


Elizabeth González Altamirano




No dejes de mirarme,
en esta noche vagabunda, de recuerdos casi perdidos.

Permite que mi mano acaricie tu lomo suave,
En este encuentro fortuito, a orillas del mar que canta versos.

Deja tu pata tibia en medio de mi mano silenciosa,
déjame oler tu pelaje cubierto de noches interminables.

Adivino, casi tus pasos, recorriendo playas distantes
un pie o una mano cruel, doblando tu espinazo.

La noche es larga, nos permite compartir una mirada,
caricias que se van en medio de las olas.

Somos tú y yo en medio de la noche oceánica,
tu mirada se clava en la mía, como queriendo decir tantas cosas.

Te acurrucas a mi costado buscando mi tibieza...
Me siento avergonzada.

Perdóname, perdónalos.
Perdóname por no estar para ayudarte.
Perdónalos por no permitirse amarte.



Elizabeth González Altamirano es jubilada, vive en Avenida Matta 2851, Cerro Los Placeres, Valparaíso, Chile. Su teléfono es 2612731 y su correo electrónico inalmew@hotmail.com

PRIMER LUGAR CATEGORÍA POESIA


VI CONCURSO LITERARIO LA MANO 2006



MI PERRO


Jorge D. Cerda Reyes










Llegaste a mi vida un día
Cuando yo aún era un niño
Te vi crecer a mi lado
Y lograste ser mi amigo.

Aquellos días se fueron
Cambiaron después los juegos
Ya no escondías como antes
Mis zapatitos nuevos.

Querido y fiel compañero
De mirada tierna y noble
Eras quien más conocías
Los sonidos de la noche.

Cada uno de tus gestos
Fueron tu fácil idioma
Sabía que estabas contento
Cuando movías la cola.

Ayer te vi tirado
En el patio de mi casa
Tu cuerpo estaba enfermo
Comprendí que te marchabas.

Hoy se ha ido en silencio
No hay discursos ni banderas
Se quedó mirando fijo
A la luna y las estrellas.

Lágrimas cubren mis ojos
Una flor hay en mi mano
Dormirá eternamente
Debajo del manzano.


Jorge D. Cerda Reyes es pensionado, tiene 63 años y vive en Los Ciruelos N°080, Villa El Sol, Villa Alemana, Chile. Su teléfono es 08-94056291.